Perfect Days
Me fui hasta el Lorca en ojotas para ver la última de Wim Wenders.
Es jueves a la noche y la avenida Corrientes es un asco. El calor del verano y una invasión de mosquitos extraterrestres gigantes que persiguen a la gente hasta matarla vuelve cada vereda no apta para el tránsito regular.
Voy montado en unas ojotas que se me pegotean en las capas de mugre de las baldosas que nadie limpió. Los frentes de neón semiapagados se enturbian con el olor a podrido de los contenedores abiertos que se comen a indigentes en cuero tratando de sacar algún pedazo de algo que les permita seguir viviendo como sea.
Estoy triste y deteriorado física y mentalmente. Lola envejece pero no se nota. Es casi lo único que me hace sonreír de verdad. Me gusta la vida, no me pienso matar. Me da curiosidad todo. Soy el hombre curioso.
Avanzo hasta un Farmacity para sacar plata y un viejo flaquísimo pelado con una musculosa le grita a la cajera que le den remedios, que no puede pagar. Un tipo que espera en la cola con dos Mogul y un alcohol en gel se ríe y repite la frase del momento, la gran mentira que nos quieren hacer creer: no hay plata.
Callate hijo de remil puta- le digo al tarado de la fila que se hace el desentendido.
Me voy, no puedo soportar ninguna escena de este mundo horrendo creado por pijitrolls liberludos. Voy al Lorca a ver la última de Wenders a ver si me calmo.
La película está bien. No es para gente que quiera acción o autos explotando. Ese tipo de público podría ver afectado su lóbulo parietal superior debido a la lentitud de los acontecimientos o al famoso “no pasa nada”, tan pelotudo como el “no hay plata”.
La historia de Wenders es delicada. Se trata de un japonés cerca de los cincuenta años que trabaja limpiando baños públicos en Tokio. El tipo es un solitario feliz. Vive contento con una rutina que lo contiene pero no de manera estúpida, sino todo lo contrario. Es como que el chabón encontró la manera de permanecer en estado de gracia dentro de ese mundo propio.
Este muchacho es una especie de monje que ascendió a un nirvana analógico y saca fotos con una máquina de rollo al brillo del sol entre la copa de un árbol. También escucha cassettes y no conoce Spotify.
Obsesivo en su rutina, cumple con demasiado compromiso tareas que para otros podrían resultar muy desagradables. Hay algo con dejar todo brillante, con la duración del brillo. Lo inmediato que podemos crear con pasión a pesar de ser conscientes de la inminencia de que todo se termina y se ensucia de nuevo.
La actitud de este personaje es valorar el segundo como si fuera único. No hay reproches al pasado, el dolor es una sombra superpuesta que no logra dar más sombra.
El sufrimiento se combate mirando cada día de frente al sol. Música de clásicos yanquis como Lou Reed, The Animals y un lema de hacer cada día perfecto, como si fuera el último.
Esperanza en la vida por la vida misma. En el instante por el instante. Parece que para llegar a ese estado el personaje deja de lado placeres que atentarían contra este universo como la paja o tener un celular.
Un chabón unplugged. Cero vicio. Tampoco drogas. Un hombre que podría estar de invitado en el programa de Gastón Pauls porque uno intuye que tuvo un pasado diferente y que llegó hasta ahí por una búsqueda personal, solitaria pero fructífera.
Veanlá si les gustan los parques, Patty Smith y Las Palmeras Salvajes de Faulkner.