Los días con aire

Mariano Cervini
3 min readMar 4, 2023

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El aire acondicionado volvió a funcionar. No de manera automática, claro. Estuve a punto de llamar a un service pero decidí arreglarlo yo porque no concibo ninguna estructura hecha por el hombre como inabordable. Ninguna eh, ni un cohete de la NASA. Así es la fe que me tengo con los dispositivos humanos, tan alejada de la que intento con las personas.

Mamá volvió del Sur. La vi pasar a una velocidad de película de Buster Keaton, como si fuera montada en su valija de rueditas. Como si ella tuviera ruedas invisibles en los pies. Del otro lado de la puerta de embarque quise hacerle señas para que me viera pero se me fue de plano.

El aire es marca Sanyo. Está un poco amarillo por esa sustancia que le ponen al plástico para que no sea tóxico al ser humano. El tiempo no cura, decolora. La piba que me gusta sube una historia pelotudísima al Instagram. Baila como si no hubiera un mañana. La última vez que nos vimos me dijo que no entendía cómo era tan raro. No fumás cigarrillos, casi no tomás alcohol, ¿qué te pasa a vos?

Mamá vieja y radiante. Blusa blanca, pantalón rojo, zapatos carmesí. Me ve a lo lejos y viene abriendo los brazos. Ni idea de cómo hace para que la valija avance junto con ella si no la sostiene. Una maga de cuento.

Nos abrazamos y quiero que el abrazo dure un millón de años. Me duele la mano de escribir para un trabajo horrible. A vos te sigue doliendo la mano, me dice. No pasa nada mami, vamos al auto que encontré un lugar acá nomás. Dejá que te llevo esa valija enorme que tenés.

Me pesa la vida todo el tiempo. Cada vez más. No soporto a la gente. Me hago el gracioso para que se sientan incómodos y me dejen solo. No quiero tomar nada de lo que mis amigos toman para dormir. Ninguna droga. Mi máximo anhelo es envejecer con dignidad.

Mami, mami, mamita. Descubrí que mi hermano la tiene agendada en su guasap como “Mamona”. Me dio una ternura que casi le lloro en la cara. Qué tipo bueno mi hermano. Recuerdo el día que fuimos a buscarlo a la maternidad. Estaba en una incubadora porque había nacido amarillo. Le pusieron una lámpara por unos días y se le pasó. Mamá siempre cuenta que cuando yo nací estaba envuelto en una manta celeste que tenía estrellas blancas.

La alegría de volver. Eso sí que lo siento siempre. Eso de volver al lugar que es de uno. Me da mucha ansiedad saber que hay miles de lugares que no voy a conocer. Escribir es una maldición para mi. No quiero figurar en ningún lado. Odio a los forros del ambiente que pasean sus currículums de libros editados en Santa Cartonera del Sur Poesía para Petes.

Mami, mami, mamita. Hay cosas que no puedo decirte, má. Como que el otro día, mientras volvía de visitar a Papá, el cielo del cementerio me pareció lleno de ángeles. Nada que ver con las nubes, eh. Sentía ese canto que me iluminaba el alma.

Hijo, que bueno que volví. Una ya es grande y no puedo hacer todas las cosas que hacía antes, pero igual me manejo fenómeno. Me duele un poco la rodilla a veces, como a vos te duelen las manos. Ya sé que no querés hablar de eso, hagamos una cosa, ¿qué te parece si pedimos una pizza cuando llegamos a casa?

Otra cosa que no te puedo contar es que en la vuelta del cementerio pasé por un sector lleno de tumbas de nenes. Había un sol tremendo, Mami, un sol de calor que te derruía el corazón como una lanza. En algunas lápidas habían puesto juguetes, un sapo de peluche, una remera de Boca que se iba gastando con el sol. Pero lo que más me asombró fueron los molinetes. Casi todas las tumbas tenían molinetes multicolores. Tengo la teoría de que esos molinitos de plástico que giraban gracias al viento eran talismanes contra la quietud de la muerte.

El aire lo arreglé perfecto. Lo amarillo se le quitó con tres capas de agua oxigenada en crema de 40 volúmenes. Hay que untar el plástico y dejarlo al sol por dos o tres días y listo, queda como nuevo.

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Mariano Cervini
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