De mi diario

Mariano Cervini
3 min readJun 27, 2023

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Hay una boluda que se piensa que escribir un diario es contar lo que te pasa en todo el día. Escribe lo que hizo como si a alguien le importara. Qué insoportable es la gente.

Estoy solo y cogido por el paso del tiempo. Sin mi vieja y Lola no sé qué haría. Un amigo me dijo que me busque otra Lola cuando no haya más Lola. Mis amigos son burgueses alegres, yo intento imitar todo lo que niegan pero no me sale.

Odio el lenguaje coloquial y desearía que dejaran de existir las siguientes palabras: “chongo” y “ladronzuelo”.

Soy tan geronte viejo babeador que en mi secundario tuve mecanografía. Me acuerdo del aula con todas esas máquinas que tenían las teclas pesadas. Cuando bajabas la mirada para verlas y no equivocarte, la profesora chistaba y te levantaba el mentón con una regla de madera que llevaba en la mano como una extensión del odio.

Volvió ese sueño recurrente. Estoy en Grecia, soy millonario, muy flaco y adolescente con la cabeza colmada de rulos, casi un modelo de Calvin Klein. Llevo una cadenita de oro en el cuello y estoy tomando sol en la cubierta de un yate con una rubia, que es mi hermana. Creo que somos italianos. De repente me pinta tirarme a las aguas del Egeo. En ese instante, mi hermana mueve los brazos desde la proa del barco como advirtiéndome algo, pero no le doy bola, la saludo.

Giro la cabeza y veo un barco enorme, un transatlántico que viene hacia donde nado y me va a tragar. No tengo ninguna posibilidad de escapar y lo último que hago es saludar a mi hermana, despedirme antes de quedar hundido y que todo se apague.

Cuando estoy solo juego a ser Stephen Hawking. En la silla de mi oficina me acomodo la cara para un costado como babeando y hago de cuenta que el monitor es una pantalla para gente con problemas motrices. Grito por dentro: que alguien me saque de esta mierda por favor y a veces me río me meo, me cago encima. Después limpio todo, me doy cachetazos fuertes frente al espejo y me digo dale puta a seguir.

Ayer compré dos tomates. Uno más lindo que el otro. Me gustaron tanto que me negué rotundamente a cortarlos alguna vez nunca. Los miraré envejecer, mutar de esa belleza absoluta y brillante a ser dos bolas putrefactas conquistadas por bacterias.

Me alejé de cualquier sustancia que altere los sentidos menos el agua con limón y las bolsas de poxirán. Ambas son baratas y efectivas.

Me gusta mucho García Lorca. Si pudiera cojermelo me lo cojería con amor y furia. Le mordería los omóplatos mucho, profundo, mientras lo penetro, alternaría lengua en la piel del cuello, chupones, rayaría su espalda con mi aliento. Quisiera dejarle las mismas marcas que él me dejó cuando lo leí. Esas que no tienen explicación, como el delirio de culiar enajenado.

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Mariano Cervini
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