Clandestino Maracaná: el boulevard de los sueños rotos

Mariano Cervini
2 min readMar 23, 2022

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La obra dirigida por Marcelo Pérez es un coro de voces que reprimen y repiten su pasado. Personajes salidos de un arrabal de almas arrastradas por el dolor y el olvido que conviven en un espacio sin tiempo donde la nostalgia acompaña el desconcierto de estar vivos.

Los bares suelen ser esos lugares en que los seres humanos aterrizan a descargar sus penas o contárselas a otros. En Clandestino Maracaná, la ausencia de un pasado mejor se convierte en el grito de un presente sin norte. Sobre todo si se entiende por norte a un objetivo claro que persiga la felicidad. Los personajes que deambulan en este bar son seres fantasmales, lapidados por su identidad oscura, que vienen a enfrentar a una audiencia muda que los escucha desde el asombro, la risa por la desgracia ajena y el dolor.

Un hombre con cara de poeta que enuncia verdades propias a los gritos detrás de un vaso de alcohol. Unas amigas que dejaron de escucharse hace tiempo e intentan en vano convencerse una a otra de sus propias miserias. Nadie escucha, por eso prevalece el grito para hacer callar a los demás y tratar de imponer la historia propia.

Ese coro de voces y personajes van apareciendo y desapareciendo, más parecidas a un sueño que a la realidad. En Clandestino, la esperanza quedó sepultada detrás del día a día de cada trabajador que repite sus labores, de cada cliente que derrama sus desgracias al pie de un cañón que siempre está cargado y con la mecha corta: la palabra. El uso de la palabra imprecisa y dañada es lo que hace avanzar una narrativa del lado de la nostalgia, el desamor y la incoherencia.

Por otra parte, los personajes no pueden querer porque están resignados a su destino cruel, como un tango que debe tener una esencia triste. Cada discurso de estos perdidos sin rumbo, los desgarra y devuelve al mismo lugar del que partieron: la tristeza de no ser. Una puesta que sobrevuela el desarraigo de los hombres y las mujeres, como si todos esperaran a un Godot individual. Mientras tanto, la danza de chillidos y aleluyas los desbarranca por este Bar del Infierno del que no parece haber salida real.

La realidad, en este sentido, es una invitación al fracaso. Si algún participante de este cottolengo desmadrado quisiera escapar, dejaría de formar parte automáticamente del grupo.El fracaso, la desidia y la falta de coraje parecen mover a los cuatro vientos los entretejidos de esta runfla patética que parece estar rota y carcomida por el tiempo.

Funciones: viernes de febrero y marzo a las 22:00 h, Teatro El Tinglado, Mario Bravo 948 (CABA).

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