2018
De mi diario
Sábado. Fui a ver a Independiente. Hay una aplicación de Facebook que se llama “Un día como hoy” y te muestra cosas que posteaste el mismo día, pero de años anteriores. Hace cinco años puse: “Huevo Independiente”. Bajé del auto tapándome de la garúa, usando el camperón con el que salimos campeones de la Sudamericana, cuando papá agonizaba y grité el gol de Tuzzio como si fuese el de Diego a los ingleses. Me acomodé en la tribuna y me pedí un café.
El equipo está nervioso, la gente se impacienta con cualquier llegada. En la popular colgaron las banderas al revés. Los plateistas chiflan los cambios, putean al técnico, piden que venga Milito. No estoy de acuerdo en nada. Hay cierto sector que vivió la gloria de este club, cuando fue el indiscutido más grande del mundo, pero esa época ya fue. Viven de épocas pasadas. “Esto es Independiente”, dicen y no ganamos un torneo local hace más de diez años.
Olimpo es un asco. Se tiraron los once en el área chica a salir de contra. Nuestros marcadores de punta no colaboran en la elaboración del juego. Los volantes no asisten, por gordura o lentitud, o nervios. El anti-k que volvió de Europa para sacarnos campeón gravita sin peso ahogado entre mil remeras amarillas y negras que lo codean, lo escupen, lo agarran. El planteo táctico no está mal. ¿Cómo verga atacás a un equipo que se tiran los once atrás? Más si sabés que tenés un mediocampo tirando a mediocre y una delantera semichota. Hay tipos que piensan que esto es El Barca.
Me entretiene mirar el juego. Planifico jugadas mentalmente. Pienso como atacaría yo, si fuese mi equipo. Hago pizarrones mentales que se diluyen en mi mente. Cero a cero.
Le pagué como mil mangos al trapito que me cuidó el auto. El cielo pasó de gris a negro en dos segundos. Manejé de vuelta a Almagro. Escuchaba The Verve. La misma canción que escuchaba en Creta hace medio año, cuando volvía del Egeo y me ponía a hervir unas salchichas alemanas en el hostel de Hersonissos. Inés se reía de mis pasos de baile en la cocina. Estar enamorado de alguien es reírse de cómo baila.
Llegué a casa y tenía tres mensajes de dos mujeres diferentes. Una insistía con algo que no iba a hacer. La otra me pedía que fuera a su casa, o venir a la mía. No devuelvo los mensajes. Prefiero ver una película de Almodóvar o cogerme a un ventilador de techo antes que morir un sábado en manos de una desesperada. Son las peores. Te llenan de besos de mierda. Quieren amor. No tengo más amiga, se me acabó el amor. Tengo guasca, pero prefiero derramarla en mi mano a dormir debajo del chivo de la axila de alguien que después de acabar, fuma y llora.
Aparte cuando te cojo, te cojo. Te meto una almohada en la cabeza, te ahorco, te cago bien a trompadas, te nalgueo el orto, te meto los dedos en la boca mientras bombeo como un animal sacado en celo. Endurecer la pija sin perder la ternura. Dar masa violentamente y sin freno, sin perder la ternura. Cuando te cojo, te cojo. No me importa cuanto vas a llorar. No me interesa si me vas a pedir por favor. Cuando garcho sin amor no estoy cogiendo con otro, estoy compitiendo conmigo mismo.
Me compré un Winco, porque Spotify se me tilda. Cerré la puerta de casa y puse un disco de Cat Stevens. Sonaba Wild World mientras me duchaba. Me quedaron dos jabones de glicerina neutros, de los que usaba Inés. Se van acabando de a poco. Todo termina por desgastarse. Lo dice Marge, en un capítulo de la décima temporada, cuando Otto deja a su novia plantada en el altar y ella se queda a vivir en Avenida Siempreviva. Evergreen. Siempre verde. Qué traductores de mierda que tenemos en Latinoamérica. Me encanta la voz del antiguo Homero. Un mexicano que vino a la Argentina y en una nota para Crónica le afanaron la billetera y el pasaporte.
Mi heladera tiene un táper con perejil seco, un chocolate Águila por la mitad, un huevo, una Coca Zero de litro y medio, una leche que vence mañana y me preocupa que esté tan llena, un sachet mediano de mayonesa Hellman s Light, un diente de ajo pelado y dos botellas de agua de la canilla.
Salí de la ducha y cambié el disco. Clavé Dylan y fui a buscar la caja de habanos que traje hace dos años de La Habana. El amor existe si duele. Nada de lo real se parece al amor. El amor es un pájaro en llamas que corta el horizonte.